Antes de iniciar, permíteme abrirte un poco mi corazón… quiero contarte que he luchado contra los estándares físicos que la sociedad ha creído y ha presentado a las personas (especialmente a las mujeres, porque soy mujer).

Tengo una cicatriz enorme en mi pecho a causa de dos cirugías de corazón que tuve. Si, para ser exacta abarca unos 25 cm y unos 35 puntos.

Esto era una preocupación para mi, porque no sabía qué tanto afectaría a mi autoestima. Sin embargo, quiero compartirte cómo es que entendí cuál es la perspectiva que Dios tiene de nosotros. 


A veces nos frustra el peso, la tonalidad de nuestra piel, la complexión de nuestro cuerpo, el tipo de cabello que tenemos y detalles que sólo nosotros podemos determinar que son imperfectos, y perseguimos la mentira de que todos debemos ser iguales o llegar al estándar de los medios sociales. En busca de ello, perdemos nuestra identidad y comenzamos a adoptar patrones, conductas, hábitos y costumbres que no son nuestras y que en muchas ocasiones hasta nos afectan a nosotros o a los que nos rodean.

De ahí, proviene la baja autoestima, los trastornos alimenticios y muchas cosas que seguro has escuchado. Concentramos nuestra energía, nuestro tiempo e incluso hasta nuestro dinero para parecernos a alguien que consideramos “el top 1”.

El tema es conocer los móviles que nos llevan a esto y aclaro que no tiene algo de malo buscar mejorar nuestra apariencia o nuestro físico pero, para que esto sea sostenible, es importante centrarnos en nuestro diseño original. 


En la Biblia dice: Tus ojos vieron mi cuerpo en formación; todo eso estaba escrito en tu libro. Habías señalado los días de mi vida cuando aún no existía ninguno de ellos”. (Salmos 139:16 DDH)

 

Esto nos enseña que ¡Dios ya nos conocía y nos había planeado! Si, desde el momento en que estabas en el vientre Él te miraba, te amaba y le agradabas. Por supuesto que hemos cambiado desde ese momento hasta ahora, pero Dios sigue mirándote, sigue amándote y sigues agradándole. 

 

Te contaba lo de mi cicatriz, porque a muchas personas les es difícil percibirse valiosos si tienen alguna marca, y está bien, si es importante para ti también lo es para Dios, pero a veces no podemos evitar ciertas cosas que nos llevarán a adquirirlas. En mi caso, necesitaba esas cirugías porque mi vida estaba comprometida. ¡Si no tuviera esa cicatriz, no habría cirugías, y sin ellas quizá no tendría vida hoy!

Quizá tú tienes alguna marca o algún aspecto físico que puede avergonzarte pero hoy, simplemente quiero llevarte a que sepas cuál es la perspectiva que Dios tiene de ti.

 

A Dios le interesa como te ves, pero le interesa más trabajar en tu interior: aquellas emociones, sentimientos, pensamientos, perspectivas que pudieron haber sido desajustados en algún proceso difícil de tu vida. Él quiere que le des la oportunidad de verte a ti mismo, a través de sus ojos y veas cuán amado y valioso eres. Una vez que vivimos en esa verdad podremos hacer cambios en nuestro exterior si es lo que soñamos. 

Pero, ¿de qué serviría trabajar en lo externo si lo interno aún no está alineado?

 

1 Samuel 16:7 dice:

“(…) No mires a su apariencia, ni a lo alto de su estatura (…) pues Dios ve no como el hombre ve, pues el hombre mira la apariencia exterior, pero Él mira el corazón”.

 

La postura aquí no es que descuides tu cuerpo, que dejes de hacer ejercicio o comer saludable (porque eso es algo bueno), más bien es que tu interior reconozca el trazo perfecto que Dios hizo en ti y junto con esto, puedas ser la mejor versión de ti. 

Dios no desea que te quedes en el mismo nivel siempre, el desea acompañarte a mejorar y que estés cómodo, pleno y satisfecho con lo que eres. 

 

Eres una obra de arte, el Dios del cielo y la tierra con su palabra mandó que las cosas existieran, pero a ti y a mí ¡nos formó con sus propias manos! El se tomó el tiempo y la dedicación de diseñarnos, de esculpirnos, de agregar detalles diferentes en cada persona (¿Imaginas cuánta creatividad?) Porque, ¿sabías que ni los gemelos son exactamente iguales?, algún rasgo les hace únicos: sus huellas dactilares, sus líneas de expresión, etc. Y no sólo eso, sino que los humanos ¡fuimos creados a su imagen, a su semejanza, a su reflejo!

 

De ahí partimos para recordar siempre que no somos invisibles para Dios, que somos vistos y él nos pone atención. De hecho, ¡se complace de vernos todo el tiempo! Le encanta tu sonrisa, tu risa (sea silenciosa o ruidosa), le fascina tu mirada, tu forma de caminar, la manera en que te desenvuelves.

Ese es tu diseño original: vivir en plenitud y libertad. 

Y así como hay diferentes tipos de piel, de color de ojos y demás, así tú y yo somos distintos. No necesitas parecerte a alguien más para ser valorado, más bien, busquemos mejorar siempre lo que somos, pero de ninguna manera cambiarlo, porque así somos increíbles para Él. 

 

Así que para recordar nuestro diseño original… ¿Cómo empezamos?


  1. Mira dos fotografías: una de cuando eras pequeño/a y una actual. (Si no tienes alguna, puedes pedirle a alguien de tu familia que te cuente como eras). 
  2. Pregúntale a Dios en la primera fotografía: ¿Qué es lo que me hacía único/a desde niño/a? Lo primero que venga a tu mente, escríbelo. Puede ser: espontaneidad, honestidad, alegría, confianza, seguridad, etc.
  3. Pregúntale a Dios en la segunda fotografía: ¿Qué ha cambiado desde que era pequeño/a hasta ahora? Lo primero que venga a tu mente, escríbelo. Puede ser: ya no te sientes feliz, te da pena reírte, etc. 
  4. Pídele a Dios que te enseñe qué aspectos quieres conservar o recuperar en tu actualidad.


Sé intencional e inicia internamente.

Los cambios externos son buenos, pero serán sostenibles y permanentes, como consecuencia y respuesta a lo brillante que eres desde adentro.

¡Eres muy amado/a!


Escrito por: Keren Álvarez